3.7.11

Samba negra en Porto Alegre

Canoas ha demostrado sobradamente que Brasil no es uniforme, que está lleno de contrastes, si es que alguno tenía dudas. La jornada sabatina organizada por Andrea no es sino otra confirmación, esta vez superlativa, de que hay varios mundos en este país. Con mucho frío —o sensación intensa de frío (como advierte el Diario de Canoas)— y lluvia constante, nos dirigimos hacia el interior, a la sierra de Rio Grando do Sul, a través de un recorrido que nos hace dudar en varias ocasiones del continente en que estamos.
La primera parada, para un café, nos lleva a un establecimiento de carretera regentado por holandeses (la foto de familia parece de película). El olor a carne desde la entrada da paso a una tienda donde hay de todo y esconde, al fondo, un puesto de venta de embutidos. Es la entrada al territorio centroeuropeo de Brasil.
Sólo unas decenas de kilómetros más adelante alcanzaremos la ciudad de Gramado, una colonia alemana —procedente de Hamburgo— establecida en 1824 y que ha convertido el lugar en un reconocible paisaje germánico, con construcciones típicas y un nivel de vida en nada diferente al que disfrutan los dueños de Europa. Las calles están llenas de comercio y productos de alto 'standing', las aceras y calzadas perfectamente acondicionadas, los coches se detienen civilizadamente en los pasos de peatones y el capitalismo disfruta del aire limpio y el entorno arbolado y verde de la montaña.
La noche se echa encima apenas a las seis de la tarde y regresamos entre la lluvia. Destino: Porto Alegre. Tras cenar en el Chalé del Mercado, Andrea no conduce a un local popular de samba. Con un frío extraordinario, la sala es mayoritariamente negra, lo que contrasta con la palidez alemana que caracteriza a la población de la región. La samba, lo comprobamos pronto, se disfruta, se goza. Suave es la palabra para definir las formas de la gente en el Estado de Río Grande do Sul, también la forma de bailar: suave. La pareja del vídeo destaca. Se comunican sin hablar. De vez en cuando, cada uno en un punto del local, se comunican con la mirada y se juntan en la pista para causar nuestra admiración. No cruzan palabra, pero saben dónde colocan sus pies y dibujan una sonrisa cuando cambian el paso para jugar con el movimiento. Chao, Porto Alegre.

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