Manuela se protege de la ciudad en el valle de Tumbaco. Apenas a treinta minutos del centro de Quito, el escenario es radicalmente distinto, incluso la temperatura es más cálida. Después de años de vivir en el corazón de la capital, en el propio negocio, ha redescubierto los espacios verdes de propiedad familiar. No le faltan experiencias, ni en cantidad ni en intensidad, pero me cuenta que ha llegado el momento de realizar el proyecto de su vida. El proyecto tiene hoy forma de un edificio de dos alturas que es y será su casa. No tiene prisa. Ha colocado la estructura y sólo le queda el revestimiento de un edificio que mira al sol. Despacio, mientras se completa, habita en el bajo del inmueble, en una estancia discreta, luminosa, que es compartida por cama, cocina, escritorio, librería y cuarto de baño. Antes de pasar, me pide que me descalce. La finca tiene, en un edificio autónomo, entre los árboles, las moras y el canal de riego, dos apartamentos completa y modernamente equipados. Sin embargo, Manuela —sola y siempre rodeada de gentes—, prefiere su modesto espacio, mientras ocupa las estancias más cómodas con su sobrino y los amigos y amigas, mientras se levanta, ladrillo a ladrillo su casa y su vida. Suena su celular y Fernando le confirma la tragedia en que han convertido a Ecuador. Santiago, con 28 años, acaba de morir. Fernando me contaba apenas 48 horas antes el drama de los ecuatorianos que no son ricos. Tras ser explotado en un campo petrolífero por una empresa de intemediación laboral, Santiago, su hermano, descubrió hace tres meses que tenía leucemia. El sistema de salud del país no es gratuito, ni siquiera en los hospitales públicos. Salvar la vida de Santiago —con un transplante de médula— hubiera costado, en el mejor de los casos, 60.000 dólares —en Cuba o España (yo soy donante)— y 300.000 dólares en la opción más segura, en Estados Unidos. El salario mínimo interprofesional en Ecuador es 160 dólares. Si no hay plata, la muerte. No puedo contaros la escena en el cementerio de Monteolivo... Fernando y su familia se enfrentan ahora al dolor y a la ruina económica. Santiago Gavilanes ha dejado de sufrir mientras en Internet todavía navegan sus mensajes en defensa del medio ambiente.
4.7.06
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2 comentarios:
¿Qué tal se lleva la realidad con la publicidad política?¿Te vas a escindir en dos o puedes soportar la tensión inversa?
Creo que seré capaz de soportala, aunque tengo la sensación de que me habría ayudado una semana en el Sur de Italia con el grupo Suomi. El salvapantallas del ordenador elige aleatoriamente las imágenes que muestra y suele elegir aquellas en una cabaña junto a un lago nórdico...
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