La verdad es que hoy mismo he comprobado que las viviendas acomodadas de la calle González Suárez tienen unas vistas mucho más bonitas. Pero tampoco me voy a quejar de mi nuevo alojamiento. Esta mañana salí del hotel Antinea para acercarme a la cotizada calle República del Salvador, con Portugal. La suite 710 del edificio Plaza Real será mi lugar de descanso a partir de ahora hasta... nunca se sabe. Vista la foto, a nadie sorprenderá que el apartamento de una habitación no es de los baratos, aunque supone un descenso muy notable de costes —un 40%— respecto al hotel. ¿Qué gano? Proximidad al trabajo —está a la vuelta de la esquina—, y piscina, sauna y turco del edificio de libre uso. Pierdo terraza, pero gano una sala. Además, más autonomía.
25.7.06
19.7.06
Otro mundo es posible
Es uno de nuestros problemas habituales. Visitamos lugares, pero siempre los vemos desde nuestra cultura, nunca intentamos comprender el lugar y a sus gentes, y, por lo tanto, nunca conocemos la realidad. No es algo a lo que haya estado ajeno hasta la fecha, pero la conversación que mantuve ayer con Jose, un indígena quechua ecuatoriano, fue especialmente ilustrativa. "Soy muy radical", me quiso advertir por adelantado. En realidad, no me lo pareció, aunque muchos puedan interpretar otras cosas simplemente por el hecho de que, efectivamente, el mundo indígena es otro mundo. No me lo explicó por completo, pero me adelantó que los conceptos de espacio y tiempo son completamente distintos a nuestra cultura occidental. El futuro no existe como tal. Hay un presente futuro. Es decir, sólo conciben el futuro inmediato. No es posible hablar de un proyecto a cuatro años. La vida no permite hacer esas previsiones a tan largo plazo. "Lo masculino es negativo, lo femenino es positivo, por eso las mujeres toleran la violencia de los varones, porque lo masculino es negativo", me contaba Jose. Es difícil de interpretar, pero creo entender que la violencia es un signo masculino en tanto en cuanto lo masculino es malo o negativo por definición. Incluso la organización social, la generación de líderes, es... distinta. Las mentes occidentalizadas pretender imponer que el líder comunitario sea aquel que ha sufrido el proceso de aprendizaje de los llamados países desarrollados. De esta manera, se quiere imponer como líder a aquella persona que sepa leer y escribir. "Un indio ilustrado es un potencial ladrón". Es la percepción de los indígenas, me explica Jose, quien comparte esta visión aunque él mismo en profesor en la universidad. La experiencia le ha demostrado que, por ejemplo, en la gestión de recursos de ONGs, los indios que saben hacer trampas administrativas porque les han educado a la occidental, las hacen y en su beneficio personal. Entre sus males, está también el intento de someter a la población imponiéndose como caciques que dictan, entre otras cosas, a quien deben votar en unas elecciones que no son asimilables por la cultura quechua. No suele ocurrir así como el líder tradicional, el tayta, cuyo liderazgo le es reconocido por la comunidad porque redistribuye sus bienes con todos y lo hace por medio de fiestas comunitarias. Un ejemplo de líder occidentalizado es el alcalde de de Cotacachi, Auki Tituaña, un verdadero desconocido para su propio pueblo, que, sin embargo, alcanza el poder gracias al respaldo mestizo. "Nunca ha hecho una fiesta", me explica Jose. El pueblo quechua está muy ligado a la tierra, en contacto directo con ella, y por eso no puede asimilar conceptos como democracia o soberanía, que no se pueden asir. El amor, me explica Jose, no puede hablar, se comunica con acciones. El dios occidental no se comprende, pero sí las vírgenes —reencarnación de los dioses robados por los españoles— porque hay esculturas que permiten tocarlas.
13.7.06
Invierno en la playa
Es una de las muchas ventajas de Ecuador. En pleno inverno costeño, los europeos nos sentimos en verano y nos resulta difícil entender la advertencia de que "hace frío". El fin de semana fue de trabajo, pero cambiamos el escenario. Las oficinas del Norte de Quito fueron sustituidas por el hotel Punta Centinela. Como se puede comprobar por la foto, es un buen lugar para aprovechar tres días... pero nos los pasamos encerrados en un salón de conferencias en donde, efectivamente, hacía fresco debido al aire acondicionado. Unas jornadas intensas —sin acercarnos siquiera a la piscina— que dieron como resultado —en lo que a estos efectos interesa— que mi regreso se vuelva a alejar —quizá hasta noviembre—, aunque los escépticos nunca nos atrevemos a asegurar casi nada. Al finalizar este viaje a la playa sin playa, tocó despedir a Enrique, que a estar horas debe estar en su butaca de Iberia rumbo a Madrid. Mucha suerte con todo, Enrique
8.7.06
Hasta luego, Paco
El cerro Itchimbía ofrece a los visitantes una vista panorámica del centro histórico de Quito. Desde esta colina al Oeste, se observa el Panecillo, a la izquierda; la fachada iluminada de San Francisco o los potentes focos, al fondo a la derecha, del penal García Moreno. Los hosteleros no han dejado pasar la oportunidad que ofrece esta posición privilegiada y se concentran en la zona los restaurantes y cafeterías con vistas a la ciudad vieja. Pato y Majo nos acercan al lugar, al restaurante El Mosaico, para despedir a Paco, que deja Ecuador el lunes con destino a España. Ayer cenamos en casa de Lucía con Agustín Antonio, con Álex, Enrique... Me recuerda que esta es ya la tercera despedida de compañeros que regresan hacia Madrid. Ante lo hicieron Enrique —que ha regresado hace diez días y se marcha el miércoles— y Asier.
4.7.06
... o la vida
Manuela se protege de la ciudad en el valle de Tumbaco. Apenas a treinta minutos del centro de Quito, el escenario es radicalmente distinto, incluso la temperatura es más cálida. Después de años de vivir en el corazón de la capital, en el propio negocio, ha redescubierto los espacios verdes de propiedad familiar. No le faltan experiencias, ni en cantidad ni en intensidad, pero me cuenta que ha llegado el momento de realizar el proyecto de su vida. El proyecto tiene hoy forma de un edificio de dos alturas que es y será su casa. No tiene prisa. Ha colocado la estructura y sólo le queda el revestimiento de un edificio que mira al sol. Despacio, mientras se completa, habita en el bajo del inmueble, en una estancia discreta, luminosa, que es compartida por cama, cocina, escritorio, librería y cuarto de baño. Antes de pasar, me pide que me descalce. La finca tiene, en un edificio autónomo, entre los árboles, las moras y el canal de riego, dos apartamentos completa y modernamente equipados. Sin embargo, Manuela —sola y siempre rodeada de gentes—, prefiere su modesto espacio, mientras ocupa las estancias más cómodas con su sobrino y los amigos y amigas, mientras se levanta, ladrillo a ladrillo su casa y su vida. Suena su celular y Fernando le confirma la tragedia en que han convertido a Ecuador. Santiago, con 28 años, acaba de morir. Fernando me contaba apenas 48 horas antes el drama de los ecuatorianos que no son ricos. Tras ser explotado en un campo petrolífero por una empresa de intemediación laboral, Santiago, su hermano, descubrió hace tres meses que tenía leucemia. El sistema de salud del país no es gratuito, ni siquiera en los hospitales públicos. Salvar la vida de Santiago —con un transplante de médula— hubiera costado, en el mejor de los casos, 60.000 dólares —en Cuba o España (yo soy donante)— y 300.000 dólares en la opción más segura, en Estados Unidos. El salario mínimo interprofesional en Ecuador es 160 dólares. Si no hay plata, la muerte. No puedo contaros la escena en el cementerio de Monteolivo... Fernando y su familia se enfrentan ahora al dolor y a la ruina económica. Santiago Gavilanes ha dejado de sufrir mientras en Internet todavía navegan sus mensajes en defensa del medio ambiente.
1.7.06
Guagua Anne
Ya tiene nombre. Anne. Ha llegado —está en camino, para ser más exactos— cuando todo parecía indicar que la familia se agotaba, que no habría inmortalidad, que la humanidad se liberaría de la estirpe. Ñaño Javi ya la ha podido ver y me cuenta: "Te comunico que tu sobrina se llama ANNE, así que, si quieres, la mencionas en el blog, que hay algún despistao que no se centra con tu comentario de las mellizas o gemelos". Con aplastante lógica, el pueblo kichwa /quichua/ tiene la palabra wawa /guagua/ para referirse a los bebés. La guagua se llamará Anne seguramente por la moda de euskaldunizar los nombres y por culpa de la conocida presentadora de televisión, aunque hay otras otras referencias más estimulantes. Al ver a la guagua en la pobre barriada guayaquileña de Las Malvinas, resulta tranquilizador y terrible, al mismo tiempo, pensar que Anne tendrá una vida sin grandes dificultades. En ello confío.
Gallinazos en Guayaquil
Nunca terminé El otoño del patriarca. Recuerdo —o creo recordar— que comencé dos veces la novela y que la abandoné ya avanzada a pesar de lo... —no sé cómo calificarlo— …a pesar de lo apasionante —no es la palabra, seguro— de la narración. El libro sigue en Barakaldo, así que hace varios años que no tengo acceso a él. Bene tuvo la culpa de que me acercara a Gabo. El caso es que El otoño… te sumerge en un escenario… —hoy me fallan los adjetivos—. Guayaquil me recordó a la casa del patriarca desde el primer día que pisé el centro de la ciudad. La humedad extrema y el calor provocan —así lo parece— que todo se vea a punto de echarse a perder y el ritmo de la vida se ralentice agotado por la sensación térmica. Como en la obra de García Márquez, hay algo de craustrofobia —oclusivo, mejor— al recorrer la colina de Las Peñas, con sus casas pintadas de colores vivos dañados por la humedad y el sol, y esas camas de hierro forjado que asoman por las ventanas abiertas en busca de aire, como las gentes descamisadas que, desde las hamacas, observan de reojo —semiocultas por las contraventanas de madera— al turista que cruza la calle. De aquella novela, nunca supe con exactitud —hasta hoy— qué eran aquellos gallinazos que simbolizaban la corrupción a través de los cadáveres corrompidos. Al caminar el malecón, este miércoles, volví a pensar en El otoño… cuando observé esa suerte de cuervos de picos afilados que merodean carroñeros. Al recurrir ahora al diccionario veo que sí, que son los mismos gallinazos descritos por Gabo.
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