Desde el cielo, maravilla el verde de los alrededores de la gran capital e incluso la vegetación de la propia ciudad. La tierra es roja, arcillosa, y las acciones del hombre dejan rastros como si fueran heridas. Desde el suelo, Brasilia sigue siendo sorprendente. Están tan medida que no está claro si es una ciudad de verdad o un proyecto sobre unas láminas. Merece la pena el Parlamento, solo o acompa~ado por la guardia de dragones que cuida la alfombra roja ante la llegada del mandatario. Como resulta increible la sucesiõn de bloques en paralelo que acogen cada uno de los ministerios, los enomes y verdes jardines, o el palacio de Planalto, con las tropas desfilando ante Lula y Correa. Un viaje muy breve y agitado, pero Brasilia merece otra vuelta.
4.4.07
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