1.7.07

Del adulterio y las piedras

El sol da calor en la Plaza Grande. Como cada domingo, llena. Desde el comienzo del verano, se nota especialmente la afluencia de gentes de aquí y de allá. Los turistas, con sus mochilas y sus cámaras digitales, cruzan y se asoman —como yo hago— a los corrillos en donde los quiteños distraen su jornada de descanso. Las escaleras de la catedral, como siempre, son el anfiteatro adecuado para que varios cientos asistan a las comedias que ofrecen los actores callejeros. Las piezas, difíciles se seguir para quienes no somos ecuatorianos, se pegan a la realidad cotidiana y siempre tienen ese punto de tristeza tan propia del país, como bien reflejan su música, sus pasillos de Jaramillo. Se cruzan los vendedores ambulantes. Los niños con caramelos y chupa-chups, la mujer con su bebé a la espalda y su bandeja con vasos de gelatina de fresa, el hombre con su mochila cargada de helados, las indígenas que ofrecen plátano y papas fritas... La multitud ríe con los comediantes que hablan de las escaseces, el alcoholismo y las familias rotas. El pan nuestro de cada día. A espaldas del gentío, un predicador grita contra el pecado. Nadie le para bola. Sólo un borracho que se le acerca de vez en cuando. El profeta lo retira y le asegura que más tarde rezarán por él. Pocos pasos más allá, un grupo de hombres discute animadamente sobre el adulterio, la primera piedra y la biblia. Uno de ellos explica que es imposible no caer en la tentación si te presentan a una mujer desnuda... Y del otro lado, los salvadores de la patria. Que hay que apoyar al Presidente. Que no es el momento de atacarlo por algunos pequeños errores. Que la partidocracia se está rearmando contra el Gobierno. Se acercan las 17.30 horas y el sol comienza a esconderse por detrás del Palacio, por detrás del volcán Pichincha. El domingo se acaba.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cómo vas? Ya veo que sigues escribiendo tan bien... Tenemos buenas noticias en el grupo. A ver si te escribo con calma esta semana. Un abrazo muy fuerte y cuídate

Anónimo dijo...

Sobrevivo, como siempre. Por fortuna, el calor también llega a Quito y resultan muy agradables estos almuerzos en el patio colonial de El Magnolio, nuestro restaurante de cabecera. Felicidades por las buenas noticias. ¡Ya era hora!
Abrazos

Jose ;)