Tengo tanto lío, que no tengo tiempo de escribir ni unas líneas. Ya sé que he hablado otras veces del asunto, pero me siento tan mal cada vez que ocurre, que no puedo dejar de poner dos letras para que nunca se me olvide.
En los bajos del palacio, exactamente del edificio del Ministerio de Gobierno, hay —como en casi todas las iglesias de la ciudad— mercaderes que ofrecen productos varios. Esta vez necesitaba una fotocopia a color. Enseguida se me acerca uno de esos niños 'betuneros' que es imposible no ver en cualquier espacio de la Plaza Grande. "¿Le limpio los zapatos?" "No hace falta, gracias". El niño se queda frente a mí mirando, impasible, mientras llega la fotocopia. El rollizo hijo de la dependienta mira a su compañero desde el pequeño mostrador. El pequeño limpiabotas tiene las manos negras. Me mira y vuelve a mirar. No dice nada. Al recibir la fotocopia y pagar, me mira, le miro. "¿Le limpio los zapatos?". Sé que me resulta mucho más sencillo dar la vuelta y marcharme. Pero soy un estúpido y le pregunto. "¿Cuántos años tienes?" "Nueve". No lo parece. No tiene tan mal aspecto como la mayoría, pero no presenta el desarrollo que le corresponde. El otro día, pregunté a los compañeros si estos niños 'betuneros' van a la escuela. Me dijeron que sí, pero que aprovechan ahora sus vacaciones de verano y, durante el curso, trabajan cuando terminan las clases. Sinceramente, creo que no es verdad. No es la primera medianoche que regreso a casa por las calles del centro y me encuentro a los chicos en la esquina trabajando aún, vendiendo chuches. Me dice nueve, pero no creo que sean nueve años. "¿Cuánto cobras?" "Cincuenta centavos". "Ah, como os dijo el Presidente". "Sí. Presidente Correa". El Presidente, con motivo de la fiesta nacional del 10 de agosto, se acercó a los niños limpiabotas tras depositar la ofrenda floral en la plaza y les pidió que duplicaran las tarifas y cobraran medio dólar. Nadie o casi nadie se plantea que los niños no trabajen. Es un gran avance que mejoren sus condiciones de trabajo irregular. El pequeño me responde cincuenta centavos mientras miro en la mano las vueltas de la fotocopia y el suelto que tenía en el bolsillo. Le poso la mano en la cabeza y le doy –como una maldita limosna– las monedas —seguro que no llegaba a medio dolar en total—, mientras entro a la oficina sintiéndome un miserable
29.8.07
Cincuenta centavos
en 12:21 a. m.
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7 comentarios:
Adaptación. Adaptarse y tener conocimiento del entorno en el que desarrollamos nuestras actividades es la mejor forma de asimilar y aceptar la realidad por cruda que esta sea.
No hay porqué sentirse miserable, puesto que no eres el causante de la situación vital de esos niños.
Cierto es que con tu "limosna" no mejoras la calidad de vida del muchacho, pero ¿Qué otra cosa puedes hacer?.
Desde tu situación privilegiada pon tu granito de arena y haz lo que buenamente puedas.
Esta es mi recomendación para hoy
Larga y próspera vida.
Para que engañarnos , seguimos siendo afortunados.
No puedes cambiar el mundo, ni yo puedo apesar de que cada vez que viajo a Cuba voy cargada de kilos y mas kilos . No se si mejoro o empeoro las cosas pero lo mejor es hacer lo que realmente sientas y en ese momento.
La vida te ha situado en Ecuador y en un lugar privilegiado , mañana no sabes donde estaras pero lo mejor es adaptarse a las situaciones y procurar no pensar demasiado , o lo justo.
No se trata de cerrar los ojos y no ver se trata de sobrevivir spicologicamente en este mundo.
Cuidate.
Julia
Había oído a la Tocha hablar muy bien de tu blog y me animé a buscarlo... No exageró, más bien, pudo ser más elocuente.
...
La realidad tiene tantas caras, historias y versiones que no alcazamos a verlas todas. Lo cierto es que podemos, al menos, no ver sólo un lado e intentar aproximarse a algunos.
Algunos de esos niños a los que te refieres sí que van a la escuela (algunos intermitentemente y otros de modo más regular) y luego trabajan ; otros, sólo trabajan. Casi siempre hay un adulto (familiar o no, detrás de ellos).
Hace mucho que dejé de dar limosna porque se me volvió inútil y me sentía miserable como tú cuentas. Y también porque creí que si dejaba de hacerlo, los niños ya no serían presa fácil de los adultos que están detrás.
Sin embargo, hay familias (madres, sobre todo) que viven tan al límite del dólar diario que necesitan poner a sus hijos a trabajar, si es que nos los dejan solitos al cuidado de hermanos más pequeñitos.
Por ahora, ya no quiero explicarme las causas de la pobreza, ya no quiero explicarme nada. Sólo me basta con saber que existen quienes aún no han perdido del todo el contacto (o han ido en su reencuentro) con lo más profundo de su esencia humana, llena de dar, de darse a la vida.
Es probable que ese niño en algún momento de su vida llegue a tener todas las comodidades materiales e intelectuales que ahora le son negadas, pero probablemente seguirá sintiendo desasosiego en su corazón. Como todos lo sentimos: alcanzamos logros y metas e igual nos sentimos tristes... ¿Qué es lo que realmente hemos perdido? ¿Qué es lo que realmente buscamos? Nos cansamos de los lugares, las personas, los ambientes, los trabajos, los problemas. ¿Dónde está lo que queremos? ¿Qué es lo que queremos?
jose, vuelvo a leerte después de un paréntesis muy largo (ya te contaré por correo). me alegro de que sigas ahí.
Mi hijo acaba de cumplir 9 años. A veces es inevitable pensar que el privilegio es ilógico, no ya injusto, sino ilógico, esto es más desazonador, no poder consolarte con que aunque el niño betunero no merezca su suerte, tú quizá merezcas la tuya. No hay merecimientos. Cuídate, mi buen amigo.
Ana C., espero tu mensaje. Ya me has dejado con la mosca detrás de la oreja.
Merche, ¿cómo has permitido que Migue creciera y siguiera cumpliendo años? Es criminal hacerlo, pero reconozco que me tranquiliza mucho pensar que Miguel, que Alma, que mi sobrina Anne, que Ander, que Haizea, que Koldo y Ana, que los niños que se han sumado a mi vida estos últimos años viven en la seguridad de los países 'desarrollados' y no tienen mayores riesgos que esas crisis nuestras -tan patéticas- por insatisfacciones muy lejanas a las carencias básicas que muchos viven aquí, en Ecuador.
Entiendo tu desasosiego perfectamente, Jose. Yo muchas veces siento lo mismo. Intento acallar mi conciencia pensando que con mi trabajo estoy contribuyendo mi granito de arena a que mejore la vida de algunas personas, que he renunciado a optar a trabajos mejor pagados por hacer una tarea que considero más útil, que ya que no puedo cambiar el mundo debería agradecer mi situación privilegiada y disfrutar de las oportunidades que he tenido,... pero ninguno de esos pensamientos sirve para terminar con el desasosiego.
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