Ana en el Caminito de La Boca

Canta Gardel: "Caminito que el tiempo ha borrado, que juntos un día nos viste pasar, he venido por última vez, he venido a contarte mi mal..." El tango llegó a nuestros Buenos Aires. Huele a tango la plaza Dorrego y su feria o rastrillo dominical de San Telmo, en donde se puede encontrar de todo. eso sí, hay que navegar entre las cientos de personas que acuden, cambian, compran, curiosean, se fotografían y charlan abrigadas por el fresco —que es leve, aunque los porteños lo consideren grave—.
La pareja que podéis ver en el vídeo, se coloca en el centro de la plaza y decenas de personas se arremolinan para ver el espectáculo. En la otra esquina, son dos ancianos los que hacen lo propio, aunque más en tomo de humor. En cualquier caso, éxito garantizado. Flashes y unos pesos para los bailarines. A la puerta de una iglesia, un niño triste agita su pequeño acordeón a la salida de misa de doce mientras una anciana, con medias de rejilla, busca unos billetes de turistas y se tapa con un sombrero para no salir en las fotos. Calle arriba —es un decir en esta llanura inmensa de Buenos Aires—, juegan a ajedrez en las mesas de cemento de parque Lezama con las cúpulas azules de iglesia ortodoxa rusa de fondo. El taxi nos lleva hacia La Boca. El taxista nos dirige la vista hacia la bombonera, el estadio del Boca Juniors. En una pared del barrio, un suicida se atrevió a pintar "Viva el River Plate". La Boca nos recibe con sus casas portuarias desvencijadas. "A Caminito", le indicamos al taxista y surgen ante nosotros los vivos colores de los edificios de madera y zinc convertidos en comercios y restaurantes y, de nuevo, cientos de argentinos y extranjeros bajo el espléndido sol de este otoño austral y los sones del tango acá y allá. Tomamos fuerza con las carnes asadas y callejeamos. Miguel es elegido por una argentina para sacarle unos pesos y casi nos obliga a aceptar que hagamos unas fotos con poses tangueras. En cualquier caso, un recuerdo simpático. "¡Jose!", grita una mujer. No puedo ser yo. Sí. ¡Pero no es posible! Ana no da crédito. Tampoco yo. La última vez nos vimos en Barakaldo y de aquello puede hacer cerca de un año. Radiante tras dejar el periodismo y poder, así, disfrutar de la vida, pasea junto a su madre y su hermano, Javier —recién casado. Aplicamos el tópico y exclamamos: "Qué pequeño es el mundo". Caminito, adiós…