La verdad es que es algo más de la medianoche, como de costumbre. Los granaderos de Tarqui dormitan. El encargado del pórtico, apoyado contra la barandilla de hierro, casi salta al sentirme pasar. "Hasta luego", le digo. En esta ocasión, la plaza está especialmente vacía. No veo gente. Debe ser ese el motivo por el que descubro el canto del pájaro en algún lugar entre los árboles. Hace una llamada de dos notas, así como el cuco, y cierra con un gorjeo corto. Lo repite tres veces, respira y vuelve. En esta noche silenciosa y sola, todavía lo escucho dos cuadras al Norte y lo pierdo definitivamente al doblar Olmedo. Miguel, el guarda, está aún en pie y mantiene encendidas las luces del patio. "Tan tarde y aún despierto...". Se sonríe. Debo ser el último porque, mientras me dirijo al apartamento, se asegura las puertas bien antes de dar por cerrada la jornada y acostarse. Reviso el correo, como cada noche, y veo con envidia que Nacho sale este miércoles a las calles del país con su Público. Que no se me olvide encargar a Javi que me compre el primero.
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