29.8.09

La Recoleta

Cementerio de la Recoleta
Era otoño de 1994 cuando visité el cementerio de Père-Lachaise, en París. Entonces procuraba evitar el tránsito por estos lugares. Ni me interesaban ni tengo especial simpatía por los muertos, por no decir otra cosa. Sin embargo, Père-Lachaise me descubrió un territorio especial, apasionante incluso, que refleja cómo somos los vivos. Quizá fuera entonces, no lo recuerdo bien, cuando alguien me dijo, lo leí o me lo imaginé —la memoria es un desastre—, que se conoce a los pueblos por la forma en que trata a sus muertos. Por eso acudí al cementerio de La Recoleta, el camposanto de la burguesía asuncena. Cuando acudí hacía frío invernal —paraguayo— y fresco primaveral —europeo—. Sin embargo, me sorprendió la costumbre de mantener los ataudes a la vista en lugar de dejarlos bajo suelo, en la tierra, como es normal en España, un hábito que aquí sólo se respeta en la zona de cementerio internacional. No pude dejar de pensar en el hedor durante las jornadas de intenso calor húmedo que caracterizan a la capital paraguaya. Pero especialmente impactado me dejó el estado en que se encuentra el enterramiento. Por eso volvió a la cabeza esa frase de que se conoce a un pueblo por la forma en que trata a sus muertos. Quiero pensar que no es así, pero…

Bellas Artes

Además de las sorprendentes fachadas y amplios, verdes y acogedores patios privados de las casonas de Asunción, la capital debe ocultar también algunos tesoros artísticos, pero la realidad es que apenas se pueden encontrar. Aseguran que buena parte de las obras históricas han sido robadas por los gobernantes pasados, que alardean de tener en sus mansiones algunas piezas de valor incalculable correspondientes a las épocas precolombinas y a la fase colonización. Algo de verdad debe haber porque el Museo de Bellas Artes se limita a una sola habitación en la que apenas se pueden contemplar una veintena de cuadros.


Independencia

El 15 de mayo de 2011 se cumplirán 200 años de la independencia de Paraguay respecto a España. De camino a la oficina, nos cruzamos casi diariamente con la Casa de la Independencia, el lugar en donde se dice que se fraguó la conspiración que permitió a la burguesía asuncena proclamar su autonomía respecto a la corona española. Como es habitual en mis últimos viajes a América, mis estancias se caracterizan por no llegar a visitar nunca los lugares históricos y maravillas naturales. Así sucedió en Ecuador, en Venezuela y también en Paraguay, en donde nunca llegué a desplazarme a Ciudad del Este, a Itaipú, a Ayolar, Yaciretá o a las fronterizas cataratas de Yguazú. Quizá, para marcar una excepción, entró en la Casa de la Independencia. Pequeña, discreta y modesta. Posiblemente, como la propia independencia de Paraguay.

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