12.2.12

Despreciable

Una y otra vez. No cambia con el tiempo ni varía aunque se viva repetidamente el momento. Uno se siente siempre igual de despreciable. Esta vez no tiene nombre. En Ecuador, en Esmeraldas se llamaba Brian, eran Helen y Grace en Muisne, y en Quito también eran anónimos los niños que trabajaban entre los vehículos, los bebés de la Avenida República o quienes transmitían tristeza y resignación en la populosa barriada de La Comuna. Hace cuatro años tampoco se conocía el nombre de aquel pequeño en La Chacarita. El protagonista hoy es un crío. Resulta difícil saber la edad. Brazos y piernas revelan la delgadez debajo de la remera (camiseta) del River Plate con el patrocinio del gigante petrolero Petrobras. Es el cruce de Estados Unidos y 25 de Mayo, en pleno Microcentro asunceno, en el casco histórico de la capital. A las 14.30 horas, el sol golpea de plano en este lugar en el que, afortunadamente, el termómetro 'sólo' marca este 12 de febrero la temperatura de 33 grados centígrados. En el restaurante La Preferida, apenas media docena de personas, entre trabajadoras y clientes. De este lado, protegidos por la cristalera, el aire acondicionado hace agradable el almuerzo. En la calle, los transeúntes procuran buscar la sombra y los carros (automóviles) parecen muchos de ellos manejados (conducidos) por la 'mano invisible', ocultos sus propietarios tras los vidrios tintados. Cuando el semáforo se pone rojo, el chaval alza el dedo índice y, a continuación, hace el gesto de comer. Cuando se enciende el verde, cambia de calle y repite. En la media hora en la que el observador asiste a la escena, nadie hace caso. Una mujer, que parece anciana —la pobreza destruye cualquier cuerpo a su alcance— transita acera arriba y acera abajo, e intercambia de vez en cuando una mirada con el crío. Él parece desistir de su labor. Sale corriendo en dirección a Cerro Corá. Pero no. Consigue de una mujer un par de botellas grandes de refresco. De vuelta al cruce, se santigua y sacia la sed antes de situarse de nuevo en mitad del asfalto. En la distancia, ve que le miran desde el restaurante y hace su gesto. No hay respuesta. Insiste. El observador mira hacia otro lado. Al salir del restaurante, el cliente, avergonzado, hace una señal con la cabeza al pequeño. "¿Quieres pollo?". El menor asiente mientras se acerca también la anciana. El extranjero entrega la bolsa, se marcha sin mirar atrás y se siente entonces intensamente miserable.

Los últimos informes oficiales señalan que la pobreza afecta a alrededor del 35% de la población de Paraguay, porcentaje que asciende al 49% en el área rural. La pobreza extrema asciende al 19,4%. Los pobres suman 2,2 millones de personas —1,2 en pobreza extrema— en un país de 6,3 millones de habitantes.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué bonito escribes! El que tiene buen corazón nunca será despreciable.

Anónimo dijo...

Aunque sí es despreciable que unos vivan en la abundancia mientras otros se mueren de hambre.

Anónimo dijo...

Que bonito eso de transpirar. Aquí, en la Península también transpiramos pero el sudor se llama "recortes". De todo tipo. Como tardes un poco en volver, no nos conocerás.
Me alegro de que te vaya bien por ahí. Tschichold

Anónimo dijo...

Jaja, Tschichold!!! Ya sé quién es!!!
http://es.m.wikipedia.org/wiki/Jan_Tschichold